Cuando intento pensar en mi primer recuerdo de Nirvana, o de Kurt Cobain, me resulta difícil. Tuve la suerte de tener un hermano nueve años mayor que yo al que le encantaba la música y, mientras yo todavía era un imberbe, él despedía su adolescencia, y en su habitación encontraba vinilos de Jimi Hendrix, The Doors, los Beatles… cedés de Queen, R.E.M., los Rolling… El caso es que, aunque no estoy completamente seguro, creo que mis primeros contactos con la música del grupo fueron un cedé del MTV Unplugged in New York (grabado el 18 de noviembre de 1993, pero lanzado casi un año después, el 1 de noviembre de 1994) y un vinilo de Nevermind (que salió al mercado el 24 de septiembre de 1991). De hecho, todavía conservo el vinilo, convertido en cuadro y colgado en la pared de mi habitación.
No siempre entendía la música que escuchaba mi hermano, pero algunos grupos me gustaron de inmediato a pesar de mi edad. Fue el caso de los Beatles, de quienes sí guardo un recuerdo mucho más nítido, concretamente de la primera vez que escuché «Help!» (perteneciente al disco homónimo de 1965). Se me pusieron los pelos de punta.
A Kurt Cobain también le encantaban los Beatles desde pequeño, aunque, durante mucho tiempo, no lo decía abiertamente por miedo a traicionar esa fachada punk rock que le llevó al éxito.
Con el tiempo, y después de leer algunas de la obras más notables escritas sobre él (e incluso por él, si consideramos sus Diarios una obra propia, aunque fueran recopilados y publicados por terceros mucho después de su muerte), esta es una cosa que me queda muy clara: casi nadie tiene mucha idea de quién fue Kurt Cobain. Me atrevería a decir que, después de leer cientos de páginas con declaraciones de sus más allegados, muchos de ellos no terminaban de comprender al cantante.
En primer lugar, me gustaría aclarar, en relación a todos esos tópicos que se dicen cuando sale Nirvana a conversación, que no se suicidó porque no fuera capaz de digerir la fama; tampoco traicionó sus orígenes punk con Nevermind, vendiéndose a una multinacional y convirtiéndose en un juguete roto; ni siquiera fueron las drogas las que acabaron con la figura más destacada del movimiento «grunge» (palabra que Kurt detestaba), la trágica muerte del cantante tenía más que ver, creo yo, con su propia manera de vivir que con cualquier otra circunstancia que le hubiera ocurrido.
Sobre ese discurso sensacionalista y facilón en relación a la fama, si algo me ha quedado claro después de leer Come as You Are: La historia Nirvana (Azerrad, 1993), Heavier than Heaven: Kurt Cobain, la biografía (Cross, 2003) y Serving the Servant: Recordando a Kurt Cobain (Goldberg, 2019) es que el principal objetivo de Kurt era conseguir el éxito. Cuando Kurt ya era una estrella y había vendido millones de copias de Nevermind, Walmart dijo a la discográfica que no vendería In Utero (1993) a no ser que se cambiara el título de la canción «Rape me» y algunas de las imágenes que iban en la carátula del disco. Su mánager, Danny Goldberg, pensó que Cobain nunca pasaría por ese aro; de hecho, a esas alturas, no lo necesitaba. Pero Kurt accedió a realizar todos estos cambios para que su disco pudiera estar en una de las mayores plataformas de venta estadounidenses. Según declaraciones de Goldberg, Cobain le había dicho que él mismo, durante varios años, solo podía comprar los discos en Walmart.
Existen decenas de ejemplos como este a lo largo de las obras mencionadas (si solo tuviera que escoger una, me quedaría con la de Cross, por si alguno está pensando en dedicarle un rato; es una biografía maravillosamente bien escrita). Eso que dice Kurt en muchas de sus entrevistas de que «lo único importante es la música» está muy bien como titular, y probablemente se lo habría dicho a sí mismo en sus momentos más bajos, pero Cobain buscaba la aprobación y el reconocimiento desde muy joven, como casi todos los seres humanos.
De las drogas mejor ni hablar. En el último libro citado dos párrafos antes, el que fue su mánager, Danny Goldberg, revisita de manera ciertamente interesante su experiencia con Kurt; pero, en numerosas ocasiones, se pregunta qué hubiera sido de él si no fuera por la heroína. Esta es una cantinela prohibicionista que llevamos escuchando tantos años, y que ha hecho tanto daño… Las drogas nunca son el problema. El problema lo tienen algunas de las personas que las utilizan, lo que normalmente les lleva a hacer un uso inadecuado de las mismas y, como en el caso de Cobain, acabar convirtiéndose en adictos; lo cual es otro temazo del que tampoco vamos a hablar aquí.
Kurt aprovechó la cantinela del yonki en muchas ocasiones. De hecho, algunos de sus fanáticos se sorprenderían al descubrir que, durante diferentes momentos de su vida, tenía un discurso de lo más prohibicionista. Incluso se atrevía a afirmar que la marihuana había sido el primero de sus problemas, y que le había hecho subir por esa escalera de las drogas hasta convertirse en un adicto a la heroína y los analgésicos.
Marcela Arancibia, Flickr (CC BY 2.0 DEED)
Lo único que quería aclarar al respecto es que los problemas emocionales que arrastraba el cantante desde su niñez (concretamente desde la separación de sus padres a los nueve años) y algunos que fueron surgiendo a lo largo de su adolescencia y de su juventud más temprana (además de una posible carga genética depresiva, que se había repetido muchas veces en su familia llevando al suicidio) fueron, probablemente, los principales factores que desencadenaron su terrible adicción y el posterior desenlace.
Dicho esto, que me parece la cosa menos anodina que podría decir en un artículo «30 años después de la muerte de…» uno de los artistas sobre los que más se ha escrito, sí me gustaría hacer un pequeño homenaje a lo que, sin duda, ha sido lo más importante que ha dejado tras de sí.
La obra de Kurt Cobain
Cuando me empezó realmente a gustar Nirvana fue durante la adolescencia. Recuerdo cómo mi buen amigo Javier y yo escuchábamos sin parar el Unplugged. También nos encantaba fumar hierba y escucharlo en soledad, para luego relatarnos la experiencia. Nirvana se convirtió en uno de mis grupos favoritos, y en la banda sonora constante de toda mi adolescencia.
Mientras escribo este artículo escucho la lista de reproducción de la grabación de MTV sin cortes, donde se pueden ver comentarios e interacciones entre canciones, además de algunas tomas de los ensayos.
Mahesh Sridharan (Frank Micelotta), Flickr (CC BY 2.0 DEED)
En 2003, mientras estaba interno en un colegio de curas, se anunció la salida al mercado en España de los Diarios de Kurt Cobain. Por aquel entonces yo ya era un lector voraz, puesto que llevaba algunos años en el internado y, de entre las cinco horas de estudio diarias, cuatro y media las dedicaba a leer libros que no tenía nada que ver con mis estudios. Recuerdo perfectamente cuando fui a una librería que frecuentaba, a lado del colegio, y le encargué que me reservara el libro y me pidiera también Las enseñanzas de Don Juan: una forma yaqui de conocimiento (Castaneda, 1968). Esperé paciente durante meses. Cada cierto tiempo me pasa por la librería a preguntar, o a encargar algún otro libro, pero los dichosos Diarios no llegaban. También recuerdo que, a la vuelta de Navidad, ya en 2004, llegó mi flamante ejemplar en tapa dura de Reservoir Books (Random House en aquel entonces, y hoy también Penguin).
Me enfadé bastante al descubrir que se trataba de una segunda edición pero, según me comentó el librero, y como se podía leer en el reverso de la cuarta página, la primera edición se imprimió en noviembre de 2003, se agotó de inmediato, y tuvieron que hacer una segunda edición en diciembre de 2003, que más bien era una reimpresión apurada para suplir la demanda. En fin, daba igual. Tenía la joya entre mis manos y, por fin, iba a entender al artista, iba a descifrar aquellas letras enigmáticas, entender cada uno de los rincones de su pensamiento… ¡pues no! Nada más lejos de la realidad.
Recuerdo haber leído el libro de un tirón, en uno o dos estudios, a lo largo de un día. A pesar de las notas aclaratorias en los laterales, no había entendido gran cosa. Quizás me sentía más perdido que antes de leerlo. Es cierto que ahora, incluso como complemento a los libros mencionados, se ha convertido en una herramienta muy práctica, pero en su momento no hizo más que crear confusión y, hasta cierto punto, cierta sensación de invadir la privacidad de alguien que nunca había pensado en convertir todos aquellos escritos personales en un libro.
Algunos años antes, había estado en un viaje de verano para aprender inglés en Dublín, en el colegio homólogo a mi internado allí, y me había comprado una camiseta con la foto que también aparece en la portada de la edición española de Heavier than Heaven (un clásico de Martyn Goodacre), sobre la que rezaba: Kurt Cobain, y un poco más abajo, 1967 – 1994. Vestí esa camiseta durante años, hasta que prácticamente se desintegró.
La influencia que ha tenido la música de Nirvana en mí es difícil de explicar. No quiero sonar como uno de esos fanáticos que rozan el ridículo, pues en ningún momento sentí que conociera a la persona, pero sin duda el artista me influyó considerablemente en la forma que tenía de ver el mundo, de escuchar música y, con el tiempo, de tocarla y componerla.
Actualmente, con los cuarenta a la vuelta de la esquina, Lupe, mi pareja, todavía se ríe de mí con mis «momentos Nirvana», que tilda de «adolescentes», pues puedo pasarme días volviendo e escuchar su música; revisitando absolutamente todas sus canciones, hasta las más raras; volviendo a tocar sus temas acústicos, y también con la guitarra eléctrica a todo volumen; llenando el coche con todos los cedés de su discografía, incluyendo esas innecesarias remezclas de los aniversarios, o, incluso, viendo documentales y entrevistas, leyendo y escribiendo sobre Kurt Cobain (para muestra un botón).
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Mi generación tuvo la suerte de crecer a la vez que lo hacía internet, y nosotros, a diferencia de la generación de mi hermano y, obviamente, las anteriores, estábamos a golpe de clic de cualquier traducción de una letra; pero la barrera del idioma seguía estando ahí (además de lo crípticas que eran muchas de sus canciones) y, pese a todo, Nirvana consiguió llevarme a lugares musicales que nunca había experimentado antes.
Ya por último, me gustaría hacer una pequeña anotación sobre la supuesta mediocridad técnica, a la guitarra, de Kurt Cobain. Partamos de la idea que yo no soy ningún entendido. No me considero músico, pese a llevar tocando treinta años la guitarra (la mayor parte de ellos como un mono). Teniendo esto en cuenta, creo que nunca he tardado más de un rato en poder tocar cualquiera de las canciones del grupo cuando me lo he propuesto. Esto, sin duda, deja claro que la dificultad técnica de su música no es elevada. Otra cosa es, como han hecho algunos músicos y, especialmente, guitarristas virtuosos, hablar mierda de la música que hizo Cobain.
Cuando lees libros como el de Cross, o el de Azerrad, te das cuenta de que, pese a nunca haber sido un virtuoso, ni tener idea alguna de solfeo o teoría musical, Kurt era capaz de tocar de oído prácticamente cualquier canción (supongo que los autores se refieren, siempre, a tocarla de manera básica, para poder cantar sobre una base sencilla). Además, los que nos hemos preocupado de entender la armonía tras sus canciones hemos visto cierta complejidad y mezcla de tonalidades que, aunque no estemos hablando de Beethoven, denotan un oído y una sensibilidad musical, cuando menos, interesantes.
Es difícil explicar qué convirtió a Nirvana en el éxito que fue, probablemente se trató de un conjunto de circunstancias (el momento, la estética, el mensaje, la belleza, la música, la voz…); pero de lo que no cabe duda es de que Kurt Cobain consiguió transportarnos a un universo musical que no ha encontrado parangón (ni siquiera entre el resto de bandas contemporáneas de Seattle), emocionarnos cuando le escuchamos y convertir su música en la banda sonora de nuestras vidas.